Algunos curiosos la vieron otro día entrar con el rico don Alonso en la oficina del notario y salir luego con el rostro radiante de gozo y apretando algo bajo el raído pañolón. ¡Eran los quinientos colones en que había vendido su casa y su huerta que valían más de mil. Ocho días de plazo le había dado el comprador para desocupar la casa. ¿A donde iría a refugiarse? ¿De qué viviría en adelante? ¿Qué importaban esas pequeñeces con tal de salvar el ídolo de su corazón?Carlos Gagini. Cuentos grises. Capítulo La bruja de Miramar. Editorial: Falcó & Borrasé. San José de Costa Rica, 1918.