En ringlera endemoniada desembucharon sus cohetes incendiarios dando en el corazón de la casa presidencial. Desde nuestra altura vimos claramente como las bombas alcanzaban la gran puerta que daba al norte, hacia la Plaza de la Constitución. Allí ardió la colosal bandera chilena que dominaba la entrada ahora en llamas. La humareda, densa y turbia, cubrió en pocos minutos toda la zona. El gris de los muros fue transformándose en pocos segundos en un matiz negruzco. El palacio era una colosal hoguera. Con la residencia presidencial ardiendo por los cuatro costados, la situación se hizo insostenible. Había que estar enfermo del chape para continuar embalado echando la choreada. Los aviones de guerra dejaron la tendalada de un paraguazo. Un negro curiche que disparaba como loco dijo que ahora nos darían huaraca a nosotros y que lo más atinado era prepararse para ahuecar el ala. Todos nos encontrábamos profundamente impresionados, adivinando lo peor en el interior del palacio.Ricardo E. Rodríguez. La ruta del esqueleto. Editorial: Txalaparta. 2006. ISBN: 9788481363456.